sábado, 18 de septiembre de 2010

Una vez al mes


"No le des mucha información. Habla lo menos posible. No podemos evitar estas citas, es el acuerdo, pero él es el enemigo, que sea el que hable, memoriza lo que diga y aquí desciframos sus intenciones. Qué más daño quiere hacer?"

Siempre este lugar con tanta gente, tal vez alguien me conozca, a él sí, lo saludan todo el tiempo y me miran, pero no preguntan, yo entonces bajo la cabeza.
Pasamos entre los estantes llenos de libros y nos sentamos en una de las mesas del centro, "Te gusta aquí?", intenta ayudarme a sentar, yo no dejo.
Habla y habla, pregunta, sigue hablando, hago como que no escucho. Por la noche me acuerdo de todas las historias, me gusta esa de cuando se fue a conocer todos los pueblos que quedan a la orilla del Río Magdalena, una noche durmió en una habitación con muchas camas, estaba él solo, todo el cuarto vacío, el armario sin puertas lleno de luciérnagas. Las luciérnagas brillan como las luces del árbol de navidad. Nunca he visto luciérnagas.
Dice cosas que dan risa, yo me río en la noche cuando me acuerdo, no delante de él, uno no se ríe con los enemigos.
El mesero tarda en llegar. Algunos leen, la mayoría habla, me gusta mirarlos e imaginarme qué se cuentan. "Para mi un café doble sin azúcar y para el niño un frozo malt. Deja los pies quietos Julian."
Lo más difícil siempre es el regreso. Dejo que me lleve de la mano hasta que estamos muy cerca de llegar, se que mi mamá no va a preguntarme nada, las tías sí, querrán saber detalles, pero nunca puedo hablar. Tal vez esta sea la última vez que lo vea, se que un día no va a volver.